domingo, 15 de marzo de 2009

6ª semana

Hoy puede ser un gran día, me repito una y otra vez, mientras me bajo de mi Peugeot 205 para ver por qué razón se ha parado. Curioso eslogan: “Contigo al fin del mundo”.Echando humo no vamos a llegar a ningún lado, y menos aún, al fin del mundo. Aunque con llegar a Tortuosa me conformo. Me asomo al motor, cómo si entendiera de mecánica, pero todo está demasiado caliente. Busco entre los papeles del coche. Debe haber algún número de teléfono, o un manual sobre qué hacer en caso de emergencia.
Está claro que el viaje no le ha sentado demasiado bien. La ida la hizo decentemente, pero la vuelta le está costando. Mientras, encuentro el número y lo marco. “El número marcado no existe”. Y me fijo en una esquina de la carpeta, donde desde una pegatina, un naranjito triunfante me mira, y casi me sonríe. Mundial del 82. Siguiente alternativa. Llamar a Tomy y escuchar como me la monta por haber hecho un viaje de casi 1000 km sola, y de noche.
Busquemos otra alternativa, llamar a la policía, y que además de montármela por lo mismo que Tomy, encima me multen por no tener los triángulos ni el chaleco amarillo. Paro a un coche. Una alegría, porque no suele pasar gente por aquí. Desde que existen las autovías, la gente pasa de las comarcales. Yo las prefiero.

-Buenas noches señor, se ha estropeado mi coche ¿sería tan amable de darme el número de teléfono de un taller cercano?
-Sí claro, casualmente mi cuñado es gruísta. Ahora mismo puedo llamarlo- Sin darme lugar a decirle que se evitara las molestias ya estaba hablando con él.
Y en menos tiempo aún, había allí una grúa para recogerme.
-Yo prefiero ir montada en mi coche- le digo al muchacho, mientras pienso en cuán largo serán los 200 km que aún quedan hasta Tortuosa, montada en esa cabina con ese señor que huele a jabalí.
-Lo siento señorita. Eso no es legal. Debe venir conmigo, o pedir un taxi. –Creo que podré aguantarlo. Saco de la guantera un paquete de pañuelos de menta, para aromatizar un poco mi sufrimiento, y me monto con él.
Los primeros 50 km son interminables. El chavea habla por los codos. De coches, de motos, de grúas, de camiones, de aquella vez que tuvo un accidente y de aquella otra que salió en la tele. Y de pronto una canción en la radio, que le gusta, y empieza a tararear en un idioma que intuyo que es inglés porque yo también conozco la canción. Fly me to the moon…Durante el resto de la canción, me encuentro de frente con la oportunidad de hacerme la dormida, y deshacerme de la apasionante idea de recorrer el camino restante con más batallitas.

¿Cómo es posible que papá lleve sin dar señales de vida desde hace casi un año? ¿Cómo es posible que mi madre no me lo haya contado? Dice que últimamente no les iba bien, que el amor se gasta, y más cuándo solo pueden disfrutar el uno del otro unos pocos días al año. Me ha venido bien visitar a mi familia. Ver que todo sigue tal cuál. Menos mal que lo del abuelo solo ha quedado en un susto, y un par de días en el hospital. Por eso salí corriendo para el pueblo con lo primero que pillé que corriera más que yo, mi coche. Dejando allí a Manuel al cargo de mi casa, mis animales y del crío, que sigue sin nombre, y sin madre. Espero que estén bien. Espero no encontrarme ningún desastre, al menos no mayor de lo habitual. Les dejé víveres para un par de semanas, por si las cosas se alargaban.
Ahora que lo pienso, yo tampoco se nada de mi padre desde hace algún tiempo. La última postal, desde la costa de Somalia.

-Señorita- una mano me toca el hombro- se ha quedado usted dormida, hemos llegado a nuestro destino.
Mientras pienso que el viaje ha sido más corto de lo esperado, inexpertamente busco la cartera para pagarle.
-No es necesario. Rellene este papel, con sus datos y los de su seguro. Del resto me encargo yo.
Ahora me da pena. El hombre es buena gente, y yo me he pasado todo el camino fingiendo. Pero no me apetecía escucharle, y no quería acabar pareciendo una estúpida, con algún comentario grotesco.
Mi coche se queda aparcado en la puerta del taller, un poco lejano de mi casa. Puedo coger un taxi, pero prefiero caminar. No más coches por esta noche.

Embaucada caminando, llego a casa. El final del trayecto un poco más complicado. Gracias al móvil y a su pantalla luminiscente, he conseguido esquivar algunos baches del camino, que no todos.

Son casi las 2 de la mañana, así que intento no hacer ruido, para no despertar a Juanito, que, como buen loro, una vez que empieza no para. Pero para mi sorpresa, hay más gente a quién podría haber despertado. Manuel duerme en el sofá, mañana se despertará atrofiado. Busco una manta para taparlo, y me fijo. No veo demasiado, pero eso es una cuna, a mi parecer un poco artesana. Y dentro duerme el niño, junto a Bladimir, que aprovecha eficientemente el espacio que sobra por los pies.

Pillo algo de fruta, y me voy a la cama, no sin antes entrar en el cuarto de baño, me meo. En una esquina algo se mueve un poco, es coco, un lagarto que hiberna entre el lavabo y la bañera. Es la única habitación que no tiene ventanas, así no le molesta la luz. Aunque debe haber notado que llega el buen tiempo, y empieza a despertar.

En el espejo, una nota. Magnífica caligrafía, de esa que enseñaban hace mucho tiempo en las escuelas. “ Ella ha estado aquí, necesita hablar contigo, ha dejado su número para que la llames en cuanto vuelvas.”Al leerla me doy cuenta que esto empieza a ser serio. ¿Ha estado aquí, y de nuevo, no se ha llevado a su hijo?

5ª semana

Inmediatamente después, mi barriga empezó a crecer descomunalmente. En menos de 10 minutos había dado a luz, y tenía un bebé entre mis manos. Y lloraba. Lloraba tanto que parecía que iba a reventar. No tenía forma de que se callara. Me dolía la cabeza, de escucharlo, de sentirlo. Lo estrujaba contra mí, deseando que cesara. Y desapareció. De pronto el niño ya no estaba. ¿Y mi dolor de cabeza? Tampoco.

Conseguí abrir los ojos. Un paño mojado me cubría la frente, y había algunos botes de jarabe y pastillas en la mesita de noche. Intenté mirar más allá. La tenue luz que entraba por una rajilla de la persiana, era maléfica para mis pupilas. A los pocos segundos empecé a intuir sombras, objetos. Sin duda era mi habitación, todo tal cuál. Ni cuna, ni bebés, ni nada por el estilo.

Me levanté de la cama como pude, escapando de una importante cantidad de mantas. Y de pronto, volví a escucharlo. El mismo llanto, la misma agonía y desesperación. ¿Qué está pasando? Salí al porche, y lo entendí todo. Allí estaba la explicación.

-¡Buenos días tía María!-dijo Manuel, con gran jovialidad- ¿Qué tal te encuentras? Has estado más de tres días con fiebre. Delirabas. Has reído, has llorado, has discutido con el mundo. He intentado no separarme de ti en ningún momento. Me tenías preocupado. El médico dijo que era un simple catarro, y mucha fiebre. Pero ya no tengo edad para estos sustos. Me alegra ver que estás mejor.

En realidad no me importaba nada de lo que hubiera pasado en esos tres días. Había algo que llamaba mi atención más aún. Una pequeña mano tiraba de las barbas de Manuel.

-¿De dónde ha salido? ¿Es un familiar tuyo? –pregunté un poco trastornada.
-¿Mío? Qué va. Pensé que era tuyo. Un sobrino, un conocido, o algo por el estilo. Al menos eso me dio a entender ella.
-¿Ella? ¿Y quién es ella?
-¿Ella? Pues ella es su madre, claro está. Estuvo aquí anoche, preguntando por ti. Le dije que estabas enferma. Me contó que tenía que trabajar, que no tenía con quien dejar al crío, y que tú ya te lo habías quedado más veces. Insistió en dejarlo aquí. También me dijo que a primera hora de la mañana vendría por él.
-¿Qué hora es?- eché mano del móvil, pero no estaba en ninguno de mis bolsillos.
-Las 5:30 de la tarde.-Mi cara era un poema. ¿Qué tipo de madre deja a su hijo en una casa desconocida, con un viejo desconocido, asegura que va a volver y no vuelve?
-A ver Manuel. Aquí hay algo que no cuadra. Lo primero, que jamás había visto a este niño antes. Llevo aquí poco más de un mes, y fuera de la excavación no tengo relación más que contigo. Además de que soy hija única y no tengo sobrinos ni primos ni nada por el estilo, ¡¡¡este niño es negro!!! Nadie de mi familia cumple este requisito. Si me dices que el niño ha salido de un repollo podría asimilarlo más fácilmente.- Manuel me mira fijamente. Parece que ha necesitado un vapuleo en sus neuronas para hacerse a la idea de lo complejo del asunto. Y el niño vuelve a llorar.
-Creo que tiene hambre. No come desde ayer. Esta mañana intenté migarle una magdalena en el café, pero no le hizo gracia. Y ya ni te cuento cuando al medio día he intentado que comiera un poco de las papas fritas con huevo que me he hecho.

Surrealista. Busco pero no encuentro una mejor definición de todo lo que está sucediendo. Yo voy y desaparezco tres días de mi vida, y al regresar, en mi patio hay un niño de no más de tres meses cuidado por un señor de algo más de tres siglos, que intenta que éste desayune café con leche, curiosamente del mismo color que la piel del crío. Creo que debo llamar a la policía.

Mi móvil está apagado. Intento encenderlo, pero se ha quedado sin batería. Verdad, se me quedó sin batería hablando con Alan, ¿o la conversación también fue fruto de mi delirio? El niño, desde luego, no.

Busco el cargador en uno de los cajones de la cocina. Mientras, pienso que yo también tengo hambre. Lo enchufo, y recuerdo que tengo un paquete de papilla, de la tarde que Bladimir se merendó todo el contenido de la nevera. El veterinario lo puso a dieta un par de días. Decido hacerme un bocadillo. Me gustan los bocadillos de chorizo. Y otro para Manuel. Y otro para Bladimir, que sino se las idea para acabar robando los nuestros.

Esta vez no puedo resistirme a coger al niño. Me recuerda al único muñeco que tenía de pequeña. Nunca tuve hermanos, ni primos. Solo vacas, perros y ovejas. Los típicos animales de granja, y los no tan típicos que me traía papá de sus viajes.
Espero que darle de merendar a una cría de ser humano no sea mucho más difícil.
Y no lo es. Tenía tanta hambre, que he tenido que entrar a prepararle más. Intento volver a encender mi móvil, pero sigue sin batería. Me fijo bien, y es que no ha cargado nada. En ese justo momento, entran ellos en la cocina.

-No hay luz. Y no sé porqué es.
No hay tele, y no se puede enchufar la radio. Tampoco hay ningún vecino en los alrededores. Cojo las llaves del coche y Manuel que ve mis intenciones puestas en el Cuartel de la Guardia Civil, me lo impide.

-Que te crees que vas a salir de aquí. Es de noche África, tu coche no está muy bien de luces. Además, seguro que no funcionan ni los semáforos.
-¡Tú si que no tienes luces!- Le digo cariñosamente. En realidad tiene razón. Ya lo solucionaremos mañana. Además no me encuentro demasiado bien. Igual no es seguro que conduzca en este estado de pseudoembriaguez.-Por cierto, ¿cómo se llama?

Y Manuel no dijo nada, simplemente se encogió los hombros.