Si ahora mismo fuese niña, estaría en casa de mi abuela, viéndola hacer galletas o ayudando a mi abuelo a ordeñar vacas. Es probable que llevase bastante tiempo sin ver a mi padre, de oficio marino mercante, o pirata, como yo creía en aquel entonces.
Por eso mamá y yo vivíamos en el campo, con los abuelos.
Y por eso yo me dediqué a buscar tesoros, y con el tiempo y alguna que otra beca, me convertí en paleoantropóloga, en la Universidad de Nueva Inglaterra, en Australia.
Y por eso ahora estoy aquí, sentada delante de mi portátil, analizando datos de relaciones isotópicas de oxígeno y carbono. La excavación no está demasiado lejos de este lugar Tortuosa, donde vivo en una pequeña casa con las paredes blancas de cal. No hay galletas, ni vacas, ni un pirata que traiga monedas de oro. Tampoco está mi abuela y sus hierbajos (en el pueblo donde nací la llamaban la bruja, yo siempre supe que era de las buenas).Pero hay olor a sal, que se impregna en la ropa que se seca al sol en la azotea, y que me transmite buen rollo. Huele a mi padre. Y a mi madre, cuando estaba con él.
viernes, 30 de enero de 2009
Suscribirse a:
Entradas (Atom)