domingo, 15 de marzo de 2009

6ª semana

Hoy puede ser un gran día, me repito una y otra vez, mientras me bajo de mi Peugeot 205 para ver por qué razón se ha parado. Curioso eslogan: “Contigo al fin del mundo”.Echando humo no vamos a llegar a ningún lado, y menos aún, al fin del mundo. Aunque con llegar a Tortuosa me conformo. Me asomo al motor, cómo si entendiera de mecánica, pero todo está demasiado caliente. Busco entre los papeles del coche. Debe haber algún número de teléfono, o un manual sobre qué hacer en caso de emergencia.
Está claro que el viaje no le ha sentado demasiado bien. La ida la hizo decentemente, pero la vuelta le está costando. Mientras, encuentro el número y lo marco. “El número marcado no existe”. Y me fijo en una esquina de la carpeta, donde desde una pegatina, un naranjito triunfante me mira, y casi me sonríe. Mundial del 82. Siguiente alternativa. Llamar a Tomy y escuchar como me la monta por haber hecho un viaje de casi 1000 km sola, y de noche.
Busquemos otra alternativa, llamar a la policía, y que además de montármela por lo mismo que Tomy, encima me multen por no tener los triángulos ni el chaleco amarillo. Paro a un coche. Una alegría, porque no suele pasar gente por aquí. Desde que existen las autovías, la gente pasa de las comarcales. Yo las prefiero.

-Buenas noches señor, se ha estropeado mi coche ¿sería tan amable de darme el número de teléfono de un taller cercano?
-Sí claro, casualmente mi cuñado es gruísta. Ahora mismo puedo llamarlo- Sin darme lugar a decirle que se evitara las molestias ya estaba hablando con él.
Y en menos tiempo aún, había allí una grúa para recogerme.
-Yo prefiero ir montada en mi coche- le digo al muchacho, mientras pienso en cuán largo serán los 200 km que aún quedan hasta Tortuosa, montada en esa cabina con ese señor que huele a jabalí.
-Lo siento señorita. Eso no es legal. Debe venir conmigo, o pedir un taxi. –Creo que podré aguantarlo. Saco de la guantera un paquete de pañuelos de menta, para aromatizar un poco mi sufrimiento, y me monto con él.
Los primeros 50 km son interminables. El chavea habla por los codos. De coches, de motos, de grúas, de camiones, de aquella vez que tuvo un accidente y de aquella otra que salió en la tele. Y de pronto una canción en la radio, que le gusta, y empieza a tararear en un idioma que intuyo que es inglés porque yo también conozco la canción. Fly me to the moon…Durante el resto de la canción, me encuentro de frente con la oportunidad de hacerme la dormida, y deshacerme de la apasionante idea de recorrer el camino restante con más batallitas.

¿Cómo es posible que papá lleve sin dar señales de vida desde hace casi un año? ¿Cómo es posible que mi madre no me lo haya contado? Dice que últimamente no les iba bien, que el amor se gasta, y más cuándo solo pueden disfrutar el uno del otro unos pocos días al año. Me ha venido bien visitar a mi familia. Ver que todo sigue tal cuál. Menos mal que lo del abuelo solo ha quedado en un susto, y un par de días en el hospital. Por eso salí corriendo para el pueblo con lo primero que pillé que corriera más que yo, mi coche. Dejando allí a Manuel al cargo de mi casa, mis animales y del crío, que sigue sin nombre, y sin madre. Espero que estén bien. Espero no encontrarme ningún desastre, al menos no mayor de lo habitual. Les dejé víveres para un par de semanas, por si las cosas se alargaban.
Ahora que lo pienso, yo tampoco se nada de mi padre desde hace algún tiempo. La última postal, desde la costa de Somalia.

-Señorita- una mano me toca el hombro- se ha quedado usted dormida, hemos llegado a nuestro destino.
Mientras pienso que el viaje ha sido más corto de lo esperado, inexpertamente busco la cartera para pagarle.
-No es necesario. Rellene este papel, con sus datos y los de su seguro. Del resto me encargo yo.
Ahora me da pena. El hombre es buena gente, y yo me he pasado todo el camino fingiendo. Pero no me apetecía escucharle, y no quería acabar pareciendo una estúpida, con algún comentario grotesco.
Mi coche se queda aparcado en la puerta del taller, un poco lejano de mi casa. Puedo coger un taxi, pero prefiero caminar. No más coches por esta noche.

Embaucada caminando, llego a casa. El final del trayecto un poco más complicado. Gracias al móvil y a su pantalla luminiscente, he conseguido esquivar algunos baches del camino, que no todos.

Son casi las 2 de la mañana, así que intento no hacer ruido, para no despertar a Juanito, que, como buen loro, una vez que empieza no para. Pero para mi sorpresa, hay más gente a quién podría haber despertado. Manuel duerme en el sofá, mañana se despertará atrofiado. Busco una manta para taparlo, y me fijo. No veo demasiado, pero eso es una cuna, a mi parecer un poco artesana. Y dentro duerme el niño, junto a Bladimir, que aprovecha eficientemente el espacio que sobra por los pies.

Pillo algo de fruta, y me voy a la cama, no sin antes entrar en el cuarto de baño, me meo. En una esquina algo se mueve un poco, es coco, un lagarto que hiberna entre el lavabo y la bañera. Es la única habitación que no tiene ventanas, así no le molesta la luz. Aunque debe haber notado que llega el buen tiempo, y empieza a despertar.

En el espejo, una nota. Magnífica caligrafía, de esa que enseñaban hace mucho tiempo en las escuelas. “ Ella ha estado aquí, necesita hablar contigo, ha dejado su número para que la llames en cuanto vuelvas.”Al leerla me doy cuenta que esto empieza a ser serio. ¿Ha estado aquí, y de nuevo, no se ha llevado a su hijo?

5ª semana

Inmediatamente después, mi barriga empezó a crecer descomunalmente. En menos de 10 minutos había dado a luz, y tenía un bebé entre mis manos. Y lloraba. Lloraba tanto que parecía que iba a reventar. No tenía forma de que se callara. Me dolía la cabeza, de escucharlo, de sentirlo. Lo estrujaba contra mí, deseando que cesara. Y desapareció. De pronto el niño ya no estaba. ¿Y mi dolor de cabeza? Tampoco.

Conseguí abrir los ojos. Un paño mojado me cubría la frente, y había algunos botes de jarabe y pastillas en la mesita de noche. Intenté mirar más allá. La tenue luz que entraba por una rajilla de la persiana, era maléfica para mis pupilas. A los pocos segundos empecé a intuir sombras, objetos. Sin duda era mi habitación, todo tal cuál. Ni cuna, ni bebés, ni nada por el estilo.

Me levanté de la cama como pude, escapando de una importante cantidad de mantas. Y de pronto, volví a escucharlo. El mismo llanto, la misma agonía y desesperación. ¿Qué está pasando? Salí al porche, y lo entendí todo. Allí estaba la explicación.

-¡Buenos días tía María!-dijo Manuel, con gran jovialidad- ¿Qué tal te encuentras? Has estado más de tres días con fiebre. Delirabas. Has reído, has llorado, has discutido con el mundo. He intentado no separarme de ti en ningún momento. Me tenías preocupado. El médico dijo que era un simple catarro, y mucha fiebre. Pero ya no tengo edad para estos sustos. Me alegra ver que estás mejor.

En realidad no me importaba nada de lo que hubiera pasado en esos tres días. Había algo que llamaba mi atención más aún. Una pequeña mano tiraba de las barbas de Manuel.

-¿De dónde ha salido? ¿Es un familiar tuyo? –pregunté un poco trastornada.
-¿Mío? Qué va. Pensé que era tuyo. Un sobrino, un conocido, o algo por el estilo. Al menos eso me dio a entender ella.
-¿Ella? ¿Y quién es ella?
-¿Ella? Pues ella es su madre, claro está. Estuvo aquí anoche, preguntando por ti. Le dije que estabas enferma. Me contó que tenía que trabajar, que no tenía con quien dejar al crío, y que tú ya te lo habías quedado más veces. Insistió en dejarlo aquí. También me dijo que a primera hora de la mañana vendría por él.
-¿Qué hora es?- eché mano del móvil, pero no estaba en ninguno de mis bolsillos.
-Las 5:30 de la tarde.-Mi cara era un poema. ¿Qué tipo de madre deja a su hijo en una casa desconocida, con un viejo desconocido, asegura que va a volver y no vuelve?
-A ver Manuel. Aquí hay algo que no cuadra. Lo primero, que jamás había visto a este niño antes. Llevo aquí poco más de un mes, y fuera de la excavación no tengo relación más que contigo. Además de que soy hija única y no tengo sobrinos ni primos ni nada por el estilo, ¡¡¡este niño es negro!!! Nadie de mi familia cumple este requisito. Si me dices que el niño ha salido de un repollo podría asimilarlo más fácilmente.- Manuel me mira fijamente. Parece que ha necesitado un vapuleo en sus neuronas para hacerse a la idea de lo complejo del asunto. Y el niño vuelve a llorar.
-Creo que tiene hambre. No come desde ayer. Esta mañana intenté migarle una magdalena en el café, pero no le hizo gracia. Y ya ni te cuento cuando al medio día he intentado que comiera un poco de las papas fritas con huevo que me he hecho.

Surrealista. Busco pero no encuentro una mejor definición de todo lo que está sucediendo. Yo voy y desaparezco tres días de mi vida, y al regresar, en mi patio hay un niño de no más de tres meses cuidado por un señor de algo más de tres siglos, que intenta que éste desayune café con leche, curiosamente del mismo color que la piel del crío. Creo que debo llamar a la policía.

Mi móvil está apagado. Intento encenderlo, pero se ha quedado sin batería. Verdad, se me quedó sin batería hablando con Alan, ¿o la conversación también fue fruto de mi delirio? El niño, desde luego, no.

Busco el cargador en uno de los cajones de la cocina. Mientras, pienso que yo también tengo hambre. Lo enchufo, y recuerdo que tengo un paquete de papilla, de la tarde que Bladimir se merendó todo el contenido de la nevera. El veterinario lo puso a dieta un par de días. Decido hacerme un bocadillo. Me gustan los bocadillos de chorizo. Y otro para Manuel. Y otro para Bladimir, que sino se las idea para acabar robando los nuestros.

Esta vez no puedo resistirme a coger al niño. Me recuerda al único muñeco que tenía de pequeña. Nunca tuve hermanos, ni primos. Solo vacas, perros y ovejas. Los típicos animales de granja, y los no tan típicos que me traía papá de sus viajes.
Espero que darle de merendar a una cría de ser humano no sea mucho más difícil.
Y no lo es. Tenía tanta hambre, que he tenido que entrar a prepararle más. Intento volver a encender mi móvil, pero sigue sin batería. Me fijo bien, y es que no ha cargado nada. En ese justo momento, entran ellos en la cocina.

-No hay luz. Y no sé porqué es.
No hay tele, y no se puede enchufar la radio. Tampoco hay ningún vecino en los alrededores. Cojo las llaves del coche y Manuel que ve mis intenciones puestas en el Cuartel de la Guardia Civil, me lo impide.

-Que te crees que vas a salir de aquí. Es de noche África, tu coche no está muy bien de luces. Además, seguro que no funcionan ni los semáforos.
-¡Tú si que no tienes luces!- Le digo cariñosamente. En realidad tiene razón. Ya lo solucionaremos mañana. Además no me encuentro demasiado bien. Igual no es seguro que conduzca en este estado de pseudoembriaguez.-Por cierto, ¿cómo se llama?

Y Manuel no dijo nada, simplemente se encogió los hombros.

domingo, 22 de febrero de 2009

4ª semana: casualidades

Vaya semanita. A veces pienso que cuánto más te quejes, peor. Además mi psicoactividad no para de hacer de las suyas.

Pero no he venido hasta Tortuosa, ni he atravesado medio mundo para estar mal. Por eso a partir de ya, veré las cosas de otra manera.

Este sitio me gusta, y así estoy más cerca de casa de los abuelos. Además no creo que haya mucho problema con lo de las escrituras de la casa. El jueves conseguí escapar de todo lo que me absorbía, para pasar por la Asesoría. Me dijeron que tardarían en atenderme algo más de lo previsto. Según me dieron a entender, tienen jaleillo, mucha gente nueva. Pero ella, la chica del otro día me ha asegurado con bastante mejor cara, que no tendré problemas, que nadie vendrá a desahuciarme ni nada por el estilo. Que ya se pondrán en contacto conmigo. Es un problema que me he quitado de encima.

Y las goteras que tenía por todo el salón, y que inundaban el suelo, más que de agua, de cubos, también han desaparecido. Básicamente porque ha dejado de llover. Otro problema menos.

Y Bladimir y Juanito, que han encontrado niñera. Un vecino, de los pocos que viven en este oscuro carril, que conecta con la vía de servicio de la autovía de Tortuosa. Un caballero, muy caballeroso y muy amable. Hay algo especial en su mirada. Desde el momento en que me vio descargar la parra y algunas macetas de mi prehistórico coche, y se ofreció a ayudarme, supe que era buena persona. Además le encantan los animales, y también se ofreció voluntariamente a cuidar de los míos. Sí, el hombre perfecto, pensé. Con sólo un inconveniente, es tan prehistórico como mi coche. Debe tener unos 80 años. En sus ojos hay tristeza. Está sólo. Su mujer perdió la cabeza hace muchos años, y tuvieron que ingresarla en un centro especializado. Y es que nada volvió a ser igual desde aquél día, me dice Manuel, así se llama. Hace más de 30 años que su hijo, su único hijo se fue. Y desde entonces solo lo ha visto una vez. Yo no tengo a nadie, y él tampoco. Una casualidad. Podría contaros mi vida uniendo casualidades.

Viendo las cosas así, tampoco me preocupan tanto las movidas del trabajo. Mi equipo está dividido en dos. Los que piensan que no debemos sacar a la luz todos los hallazgos de la excavación, y los que, por el contrario creen que es sumamente necesario. Y es que llegar a una conclusión que echa por tierra infinidad de teorías es un problema. Pero es lo que debemos hacer. Mi profesionalidad y mi conciencia me obligan a unirme a los del segundo grupo, aunque sea un camino largo y tedioso. Defender el mestizaje de hace algún millón de años. Algo para muchos científicos, inconcebible. Pero en Tortuosa tuvo lugar, y de eso no me cabe la menor duda. Por eso acepto el reto.

Suena mi móvil, doy por hecho que es mi madre, hace un par de días que no hablamos. Con cierto automatismo, le doy al botón verde, deseando oír su voz, pero antes de acercarme el aparato al oído, me da por mirar la pantalla. Un número de más de nueve dígitos, y una voz masculina al otro lado me hacen recapacitar. En estos momentos me gustaría ser muda de nacimiento, y así tener una buena excusa para no contestar a alguien que, a miles de kilómetros, espera que lo haga.

-Dígame- intento ponerme seria, para que no se note mi decepción.
-¿Áfri?, soy Alan, ¿como estás cariño?
-Trabajando- eso no es del todo mentira. No puedo o no quiero decirle que no estoy bien. Lo estaba hasta hace un par de segundos, antes de descolgar, pero mi optimismo se ha largado.
-¿Qué tal todo?, ¿y la gente?, ¿y los animales?, ¿Y Tomy? Hace algunos días que no consigo hablar con él.-Antes de poder contestarle a toda una sarta de preguntas el teléfono, casualmente, se queda sin batería. Menos mal, pienso. Otro problema erradicado, aunque haya sido momentáneamente. El que siga llamando solo me demuestra que no me conoce del todo. Debería saber que si quisiera estar con él, estaría allí y no aquí. No creo en las relaciones a distancia. Y mucho menos con secretos. Y los hay, podría venderlos al peso. No sabe que no pienso volver. Tampoco sabe que Tomy, su gran amigo, duerme en casa casi todas las noches. No hay nada serio entre nosotros, bueno sí, nuestra amistad. Pero poco más. No me gusta, simplemente me entretiene, y él lo sabe, ya lo hemos hablado. Sin secretos.

Hubo un tiempo que después de pasar la noche con algún chico, a la mañana siguiente estaba irremediablemente enamorada. Eso ya no es así. Las cosas cambian y yo intento adaptarme.

Como ahora, que intento adaptarme a este lugar. Piensa en positivo, me digo a mi misma una y otra vez. “Be water my friend”

Se acabaron las goteras en el salón, tengo un nuevo amigo octogenario que además, cuida de mis animales. Una casa que dentro de nada estará a mi nombre, un coche pleistocénico, y un patio lleno de flores. Tengo galletas recién hechas, y trabajo en la excavación para bastante tiempo. Y también tengo, en mi mano, un “predictor” con una raya rosa… ¿Que más se puede pedir?

3ª semana:De cómo una espiral se convierte en círculo.



No puedo creer que por fin haya acabado la semana, me ha parecido eterna. Demasiado trabajo, demasiado en que pensar y muy pocas ganas. Algo incompatible.
La lluvia complica las cosas en la excavación. Todo está lleno de barro, aunque tengamos unas grandes carpas al más puro estilo caseta de feria, el agua se filtra por todas partes. Por eso básicamente hemos estado datando restos, y catalogándolos.

Y conforme avanzamos, nos alejamos de la actual teoría de la historia natural, que apoya la idea de que el neandertal coexistió con el Homo sapiens y quizá terminó extinguido por la competencia con nuestra especie. En el asentamiento de Tortuosa no ocurrió así. Todos los modelos de simulación y los análisis de ADN mitocondrial apuntan a que existió cierto mestizaje entre ambas especies, a pesar de las grandes diferencias anatómicas. Nada de esto estaría sucediendo si aquella persona que un día encontró la punta de flecha, en vez de entregarla al Ayuntamiento, hubiera decidido llevársela a casa para cumplir una nueva función, adornar.
Es lo que suele hacer la mayoría de la gente, sin pensar en la importancia de sus actos. Contamos con datos sesgados para inventar o mejor dicho, reinventar la historia. Porque por mucho que queramos, nunca sabremos que sucedió exactamente, ni por qué.

Igual que yo nunca sabré por qué ha tenido que llamar, por qué ha tenido que volver a intentarlo. Ahora que no echo de menos despertarme sin él. Ahora que, aún estando en las antípodas, no me encuentro tan sola como cuando lo tenía a mi lado. No entiendo por qué no lo deja estar. Es mejor así. Al menos eso dijo él, cuando le dije que tenía un nuevo trabajo a miles de km. Le propuse venir, pero no quiso. Y ahora que yo también opino que es mejor así, el decide cambiar de idea. Sin importar lo que yo piense, como siempre. Es como una espiral que se convierte en un círculo, y que me devuelve al punto de partida.
Con cierta soberbia retórica intento sacarlo de mi cabeza. Es mi única meta, quedarme vacía, sin sed, sin deseos, sin sueños. Sin alegrías ni penas. Ese es el mayor problema de los novios, que evolucionan a ex novios, como una nueva especie, adquiriendo la capacidad de poner tu cabeza y sentimientos patas arriba, gratuitamente.

Llego a casa y Juanito me silba y me dice ¡hola guapa!, menos mal que aún hay alguien que me eche piropos, aunque esté cubierto de plumas y siga una dieta a base de pipas y frutas.

-¡Bladimir! ¡conozco esa cara!, ¿ya has vuelto a liarla??
Con un sonido simiesco, Bladimir corre para esconderse en el último rincón, desde donde, al poco tiempo, asoma para ver mi reacción ante su desastre. Ha sacado toda la comida del frigo, y se ha preparado él sólo la merienda. Solo espero que encima no se ponga malo, porque la comida está para tirarla. Al menos me ha hecho olvidar por un momento todo lo que rondaba por mi cabeza, la cuál dicen que es redonda para que los pensamientos puedan cambiar de dirección. Y la magnifica evolución podría también haber puesto un filtro mental, que te permitiera descartar todo lo que no te va a llevar a ninguna parte. En ninguna parte, así me siento. TOC, TOC, TOC. Llaman a la puerta. Es Tomy, con la cena.

-¡Hombree!! Que oportuno. Acabas de salvarme de una muerte por inanición casi segura.
-¿Ha sido Bladimir, verdad? Siempre fue un poco revolucionario. Sabes que no es buena idea que estén tanto tiempo solos.-dice Tomy-Por cierto, no funciona el timbre.
-Si que funciona-le digo yo, tirando las últimas cáscaras de plátano a la basura.-Lo he desconectado, no me gusta el sonido que tiene.

Creo que prefiero no contarle nada de la inesperada y non grata llamada telefónica. Son muy buenos amigos, y su opinión nunca es objetiva.

-Traigo comida china y un par de botellas de vino.
-¿Dos botellas, Tomas?!¿Traerás invitados, no?
-No. Estamos solos, tú y yo.-dice descorchando la primera.
-Eso es precisamente lo que me da miedo-pienso en voz alta.-¡Enciende la chimenea!!- chillo desde la cocina, intentando desviar su atención. La última vez que trajo vino para cenar, el fin de fiesta tuvo lugar entre las sábanas.
-Trae las copas Afri-un escalofrío recorre mi cuerpo. Solo me llamaba así Alan, mi ex. Casualidad o sincronismo, prefiero no pensarlo. Hacer como que no lo he escuchado.¿Cómo voy a conseguir que se convierta en un recuerdo de esta manera?

Mientras sacamos la comida de las bolsas, leo el cartelito: Restaurante Chino la Gran Muralla VII ¿Cuántos restaurantes chinos hay en Tortuosa? Recuerdo haber visto un par de ellos, quizás tres, cuando la semana pasada fui a la Asesoría.¡Mierda, la Asesoría! con tanto jaleo se me ha olvidado por completo. Tenía que haber ido esta semana. Y mañana es domingo. Espero que no haya mucho problema, y espero más aún acordarme la semana que viene.

Debido a la redondez de mi cabeza, y después de la segunda o tercera copa, veo las cosas de otra manera. Durante la cena hemos hablado de la excavación, de lo lejos que está mi casa del centro de la ciudad y lo oscuro que es el carril que llega hasta aquí. No más oscuro que ese pozo sin fondo donde se agolpan mis pensamientos, ahora nadando en un Reserva del 97.Después de mil y una historias y alguna que otra risa, él me mira, y yo me dejo llevar sumisa, intentando escapar de mi misma, en una breve narcosis contra el dolor y lo absurdo de la vida, como un samana. Y enganchada en su espalda, mientras nos dirigimos a la habitación, le susurro: Tomas Wallace, el amor es sólo una adaptación para conservar la especie humana…

jueves, 5 de febrero de 2009

2ª semana :De cómo lo más común no siempre es lo más frecuente

-¿Bueno entonces en que quedamos, tibia o peroné?
-Ajam.
-Joder tía, no se que pasa contigo últimamente, no me echas cuenta, no echas cuenta de nada en realidad, estás como ausente.
-¿Cómo dices Tomy? Lo siento, no te estaba escuchando- no sé que pasa pero llevo una semana un poco trastornada. Lo del par de días de descanso solo ha servido para desconectar aún más de esta nueva realidad, a la que aún estoy un poco reacia. Tengo un buen grupo de investigación, Tomy ya trabajó conmigo en Australia, y hay algún compañero más que también conozco de antes. Quizás ese sea el problema. Parte de mi pasado se encuentra presente. Y eso solo me trae recuerdos. Recuerdos que aún no son recuerdos, al menos no recuerdos inocuos. Necesito más tiempo. Necesito rehacer mi vida aquí y ahora, pero hay algo que se encarga de que todo vaya extremadamente lento. No sé que hacer.
-¿África, te importa?- una voz lejana interrumpe mi tsunami de pensamientos- necesito etiquetar esto, ¿ has dicho tibia o has dicho peroné?
-No he dicho nada - contesta mi “yo” más borde – Parece mentira que tus conocimientos de anatomía homínida no sepan contestarte a esa pregunta.
-Ja, no lo sabes ni tú.
-Ya tío – a veces el paso de unos pocos de millones de años complica las cosas- no sé, pon tibia y alguna marca, ya lo miramos más tranquilamente. Ahora vamos a tomarnos un cafelito – él me mira perplejo, mientras nos dirigimos a la máquina de cafés, menos mal que me conoce, y sabe que el estado catatónico pasa pronto.

Dos o tres millones de años, es justo lo que yo necesito para conseguir que mis recuerdos sean eso, sólo recuerdos.

-¿con leche tibia?
-Si Tomy, te he dicho que pusieras tibia, y que después ya lo comprobamos.
-¡Pregunto por el café, ignorante!!- su cara, lo más parecido a un poema, deja ver una sonrisa, que pronto se convierte en carcajada.
- De verdad tío. No se que pasa. Creo que tengo que formatear mis neuronas. Puedes venir esta noche a cenar a casa y charlamos. Ahora será mejor que continuemos trabajando. Esa tumba me tiene intrigada.
-Sí, será mejor que me ponga manos a la obra, tú deberías irte ya. Se está haciendo de noche y ese coche que has comprado no me convence nada, parece haber salido de esa tumba que te intriga tanto.-Tiene razón, aunque a mi me gusta mi coche.- Por cierto, ayer dejaron un paquete con tu nombre
-Ahh sí!!- ya ni me acordaba del paquete. Lo cogí sin darle mucha importancia y me dirigí al parking. Mi nombre y mi número de móvil, y en una esquina, Tortuosa, ¿a quién se le ocurre semejante idea? El olor nada más abrirlo aclaró mis dudas ¡mi abuela!!!!! Galletas, hierbas y una bufanda. Y un sobre con papeles, y una nota .Estos son los papeles de la herencia. Es lo que necesitas para poner la casa a tu nombre. Esperamos verte pronto. Te queremos.
El abuelo y su escasez de palabras, nunca le gustó hablar demasiado.

Me planto la bufanda y pienso que puedo necesitar para preparar la cena, mientras arranco el coche y bajo, dirección Tortuosa. Por el camino hasta la única tienda que conozco del lugar, veo un cartel, Asesoría “Aguado”, estaría bien que ellos pudieran encargarse de los papeleos de la casa, por lo que entro a preguntar. Hay una recepción, y por ende, una recepcionista
-Buenas tardes, ¿que desea?- me pregunta ella con tono apático.
-Buenas tardes señorita …Amanda – consigo leer su nombre en una tarjetita que lleva en la solapa de la chaqueta- Mi nombre es África Heredia, quería preguntar si podrían encargarse aquí de arreglar los papeles de una casa y un herencia.
-Déjelos aquí, rellene este formulario y pase la semana que viene- dice con cara de importarle poco mi nombre, y menos aún, mi problema.

Salgo de allí, sin quedarme demasiado claro si podrán o no arreglarlos. Un par de minutos me han servido para darme cuenta de que no le gusta su trabajo. Hay veces que esas cosas están claras.
Pensando en lo mío, escucho una canción, algo triste. Parece jazz, es jazz, y me gusta. Levanto la vista y veo a un nota sin pelo con un saxofón, y justo en la esquina un cartel: Cafetería Arthurs. Decido entrar, aunque sea sola. Dentro, un ambiente variopinto. Gente importante con chaqueta, un grupo de viejecillas guasonas que no paran de reírse, y algún que otro pescador. Con sensación de serpiente hipnotizada pido 2 cervezas, de botellín. Y me salgo a la calle, con el del saxofón. Creo que le ha parecido buena idea, porque, aunque no dice nada, me mira y toca algo mucho más alegre. No debe ser fácil tocar en la calle, para un público al que no sabes si le gusta, o no. No es lo mismo que los artistas que tienen sus propios conciertos, y saben que el que va es porque quiere. Los artistas de la calle son verdaderamente artistas. Y al menos dan algo a cambio, no es como el que se pone a pedir por su cara bonita. Después de un rato sin ninguna palabra, le digo adiós, y me marcho caminando hacia mi coche, entre notas de la melodía de “la pantera rosa”.
No me disgusta del todo este lugar…

1ª semana: De cómo fue el comienzo

Acabo de hablar con mi madre. No sé que haríamos sin móvil, y sin la amplia variedad de ofertas. Paga un minuto y habla un millón. Y si me ofrecieran dos millones también los gastaríamos. Me gusta hablar con ella. Siempre me gustó. Es curioso ver como han cambiado las cosas en tan sólo diez años ¿cuán no habrán cambiado durante todo este tiempo de evolución terráquea? ¿ Cómo el Neanderthal decidió convertirse en Homo Sapiens, y depender de un móvil toda la vida? Me apasiona mi trabajo, aunque creo que ya va siendo hora de que me implique más con mi casa. Está hecha un desastre. Aún hay cajas por todas partes, Bladimir, un pequeño tití que me trajo papá de uno de sus viajes es el único que disfruta del desorden y contribuye para que cada vez sea mayor. Supongo que yo también soy un poco entrópica. A este maldito mono que me tiene la casa patas arriba, se suman un loro, un pequeño lagarto y un gato peludo, todos igual de exóticos que Bladimir. Ahh! Y una planta carnívora, a la que la mudanza le ha sentado tan mal como a mí. Necesitamos prolongar el periodo de adaptación.

Otra llamada telefónica. Esta vez de correos. Ha llegado un paquete a mi nombre, África Heredia, y al lado, mi número de móvil. Algo sensato por parte de quién me lo envía, ya que hasta yo desconozco mi dirección. Creo que este camino no tiene nombre, apenas vive gente. Y es imposible que le explique al señor cartero como llegar a mi casa, así que opto por indicarle que lo deje en el lugar que trabajo, más famoso en el pueblo que el lugar en donde vivo. Parece que a la gente le va el rollo macabro implícito en las excavaciones arqueológicas, y más cuando contienen restos humanos, aunque tengan millones de años. Ahora me arrepiento de haber pedido un par de días de descanso, no podré saber que es. Si me pica la curiosidad tendré que acercarme, aunque debería mantener mi decisión y no cambiar el concepto de días de descanso, me apetecen.

Para no pensar demasiado, decido preparar una infusión de hierbas relajantes, pongo música, y empiezo a desempaquetar lo poco que queda en las cajas. Siento silbar la tetera con el agua hirviente, y acto seguido un porrazo y a Bladimir que grita, y por encima de todo el estruendo, mi loro Juanito, que chilla -¡puto mono! ¡puto mono!-,una y otra vez. Es la primera frase que aprendió y que repite melódicamente, en un tono estridente cada vez que ocurre algo. Han ido al suelo el mono, la caja de cartón , y la estantería. Como siempre, facilitándome el trabajo. Son las postales, de toda mi vida. De mi padre; y de mis abuelos, cuando me fui de casa para poder estudiar. Entre ellas una foto que me resulta familiar, he visto ese sitio antes y no hace demasiado tiempo. Es mi padre, delante de un bar o quizás un café, llamado Arthurs. Mi memoria goteante se encarga de dilucidar el asunto, bueno, mi memoria y una anotación de él en una de las esquinas: Tortuosa. Ya me acuerdo. Pasé por allí el primer día, que bajé al centro a hacer alguna compra. Nunca más he vuelto a ir, en estas 3 semanas.No creo en las señales, pero alguna vez leí algo acerca de una teoría, la teoría del sincronismo.Igual ha tenido algo que ver.

La excavación, que actualmente ocupa mi tiempo vital está justo en la otra dirección. Además, aquel día volví a casa con la sensación de que todo el mundo en éste lugar pasea con expresión de “llevo un nubarrón encima de mi cabeza”.Me apetece conocer gente, aunque no sé si será el mejor momento. Igual esta semana bajo, quiero comprar una parra, para ponerla en el patio y que en verano dé sombra, porque tiene pinta de ser un lugar caluroso. Hace calor ahora, y ni siquiera es verano…mmm, bochorno, lluvia, ¡mierda! tengo la ropa tendida.

viernes, 30 de enero de 2009

De cómo llegué a Tortuosa

Si ahora mismo fuese niña, estaría en casa de mi abuela, viéndola hacer galletas o ayudando a mi abuelo a ordeñar vacas. Es probable que llevase bastante tiempo sin ver a mi padre, de oficio marino mercante, o pirata, como yo creía en aquel entonces.
Por eso mamá y yo vivíamos en el campo, con los abuelos.
Y por eso yo me dediqué a buscar tesoros, y con el tiempo y alguna que otra beca, me convertí en paleoantropóloga, en la Universidad de Nueva Inglaterra, en Australia.
Y por eso ahora estoy aquí, sentada delante de mi portátil, analizando datos de relaciones isotópicas de oxígeno y carbono. La excavación no está demasiado lejos de este lugar Tortuosa, donde vivo en una pequeña casa con las paredes blancas de cal. No hay galletas, ni vacas, ni un pirata que traiga monedas de oro. Tampoco está mi abuela y sus hierbajos (en el pueblo donde nací la llamaban la bruja, yo siempre supe que era de las buenas).Pero hay olor a sal, que se impregna en la ropa que se seca al sol en la azotea, y que me transmite buen rollo. Huele a mi padre. Y a mi madre, cuando estaba con él.